Las películas de terror siempre han tenido algo especial que atrae a mucha gente. En principio (y salvo excepciones) a nadie le gusta sufrir ni busca pasarlo mal, pero sin embargo acuden a ellas para sufrir y pasarlo mal. Y circunstancias que en la vida real nadie (salvo excepciones) viviría suceden en las salas del cine: ¿quién osaría entrar en una mansión abandonada si sospecha que por ese lugar ronda un psicópata?. Pero cuando eso sucede en el cine, algo hipnótico retiene al espectador a la espera del terrible y previsible acontecimiento. Y es que el cine de terror es, en realidad, un gran divertimento, que dispara la adrenalina y pone en estado de shock. En el peor de los casos (en una película mala, por ejemplo) nos hace reir. Pero divertimento, sea como sea. ¿Quién, si no es así, sería tan incosciente como para encima pagar por ver algo que no nos va a gustar? Y si gusta ver una película de miedo, entonces nos divertimos.
Comento esto porque, por principio, la música para este género es una música muy arriesgada: nada hay peor que un compositor pretenda aterrorizar y no lo logre. En un drama, por ejemplo, siendo importante y útil la música, la incompetencia de un compositor no resultaría tan determinante, en tanto la esencia (o el total) de la película puede estar bien definida en su guión literario y, aunque afectada, podría sobrevivir. En el cine de terror, porque entran en juego factores que son más psicológicos que emocionales, es prácticamente imposible que una película que necesite música para explicarse pueda sobrevivir con una música no útil por no bien enfocada. Y por ello, y a través de un proceso que ha durado décadas de experimentaciones, innovaciones, y fórmulas que ahora sería muy largo de detallar, se han ido creando unos códigos, que no son estáticos y cerrados, pero que son códigos comunes y frecuentemente utilizados. Tres de estos distintos códigos son los que sustancian la banda sonora de la exitosa Mamá, con música del talentoso Fernando Velázquez. una creación que en si no aporta nada nuevo (ni hacía falta ni era la pretensión) pero que es aplicada con rigor y con gran profesionalidad.
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