PRIMER DETECTIVE DE LA HISTORIA
Se suele decir que el escocés Allan Pinkerton fue, en la década de 1850, el fundador de la primera agencia de detectives de la historia, conocida como Agencia Pinkerton, pero lo cierto es que el misterioso Eugène François Vidocq se le adelantó algunos años. Desde su juventud, Vidocq se entregó a una vida delictiva de robos y estafas, hasta que en 1796, con 21 años, fue condenado a ocho años de trabajos forzados. Después de varios intentos fallidos, consigue darse a la fuga, aunque no pasa mucho tiempo antes de volver a ser capturado.
Con la promesa de una amnistía, en 1809 Vidocq ofreció sus servicios a la policía de París como infiltrado. Así fue como empezó a trabajar como informador, comunicando a la policía lo que otros prisioneros hablaban entre ellos. Pasados 12 meses la propia policía preparó su fuga para que pudiera seguir desempeñando su trabajo fuera de la prisión. Ahí es cuando empieza la leyenda de l camaleónico Vidocq. En su papel de infiltrado, Vidocq tuvo que aprender a manejar el arte del disfraz y desempeñar muchas personalidades distintas. Tan bien lo hacía que en una ocasión una de sus personajes fue contratado para matarse a sí mismo. Sus métodos poco ortodoxos le valieron tanto admiradores como enemigos, estos últimos incluso entre los oficiales de policía.
En 1832 Vidocq cae en desgracia y es obligado a abandonar la policía acusado de instigar un crimen. Al año siguiente fundó la primera agencia de detectives de la historia, la «Oficina de Inteligencia», donde llegó a tener a su cargo a varios detectives, algunos de los cuales también provenían del mundo del crimen. Años más tarde la policía arrestó a Vidocq como sospechoso de una detención ilegal y de haber robado los fondos en un caso de malversación que él mismo había resuelto. Fue condenado a cinco años de prisión y a una multa de 3.000 francos, pero apeló y consiguió ser absuelto.
Ya en vida Vidocq adquirió una fama bastante notable tanto por lo peculiar de su carácter como por ser uno de los primeros investigadores privados cuando la literatura policíaca todavía estaba por nacer. Normalmente se afirma que Edgar Allan Poe inauguró el género publicando en 1841 Los crímenes de la calle Morgue, pero hay que decir que ya en 1828 Vidocq publicó con gran éxito sus memorias, que tenían mucho de policíaco. Pues bien, según el escritor Kay Cornelius es muy posible que Poe se inspirara en Vidocq para crear a C. Auguste Dupin, considerado el primer detective de la literatura.
Sin embargo, la influencia de Vidocq en la literatura puede ir más allá. El polifacético detective, que contaba con unos cuantos amigos literatos, entre los que se destacaban Honoré de Balzac, Victor Hugo y Alejandro Dumas, resultó lo suficientemente jugoso como para convertirse en inspiración de muchos de ellos. Vidocq sirvió de base para varios personajes: Vautrin de la Comedia humana de Balzac, el inmortal Jean Valjean de Los Miserables de Victor Hugo ‒y también el inspector Javert de esta misma novela‒ y el agente Chacal en Los mohicanos de París de Alejandro Dumas.
Además inspiró a Gaston Leroux y a Émile Gaboriau, concretamente a este último en su personaje del investigador Lecoq, que fue una de las fuentes que Conan Doyle utilizó para crear a su Sherlock Holmes. Es difícil encontrar un caso de un personaje histórico que haya dado pie a tanta cantidad de personajes literarios. De alguna manera podría decirse que todos los grandes detectives privados del siglo XIX son Vidocq.
FUENTE: lapiedradesisifo
DETECTIVE A LA JAPONESA
Cuando Sherlock vestía kimono: presuntos culpables del amanecer del misterio japonés,
Imagina un japonés. ¿Qué lleva en la mano?Apuesto a que, como yo, has pensado en una cámara de fotos, un móvil último modelo para cazar Pokemon a kilómetros o algún otro artilugio tecnológico.Pero no en un libro.
Y, sin embargo, de acuerdo con la UNESCO, Japón es el país que más lee del mundo. El 91% de sus 125 millones de habitantes asegura hacerlo con frecuencia; nada menos que una media de 47 libros al año, frente a los cinco de España según el último informe del CIS. Y entre la gran cantidad de títulos editados cada año en el país donde nace el Sol (que es lo que significa Japón en japonés), las novelas de misterio se cuentan entre las más populares.
Eso sí, al contrario que muchos de sus cachivaches, el crimen literario no es un invento japonés.Japón es el país con más lectores per cápita del mundo
Aunque hay expertos que señalan precedentes tan ilustres y bizarros como Edipo, rey, se suele considerar a Edgar Allan Poe (1809-1849) como el padre del género. Los crímenes de la Rue Morgue , el primer (y soporífero) relato de su celebérrimo sabueso Auguste Dupin, salió de imprenta en Estados Unidos allá por 1841. No obstante, todavía debieron transcurrir varias décadas hasta que las primeras novelas de misterio vieran la luz, esta vez en Europa: El misterio de Notting Hill, de Charles Félix (pseudónimo tras el que, según las malas lenguas académicas, se ocultaba el editor Charles Warren Adams), publicada por entregas entre 1862 y 1863; El caso Lerouge, de Emile Gaboriau (homenajeada por Pierre Lemaitre en Irene); o la conocida y reconocida La piedra lunar, firmada por Wilkie Collins (pero que no recordaba haber escrito, por ir hasta las cejas de láudano), recogida en un solo tocho en 1868.
Revolución Meiji
Y fue precisamente en 1868 cuando se inicia la Restauración Meiji, movimiento que ponía fin a más de 250 años de aislamiento internacional japonés bajo el gobierno del clan Tokugawa. Tras la apertura de fronteras, la acomplejada sociedad nipona inició un rápido proceso de occidentalización en un intento por paliar su aparente retraso, imitando a Europa y América hasta en la sopa (algo irónico si tenemos en cuenta el “japonismo” que vivía la cultura europea de la época).
Las biografías de criminales y las copias descaradas de textos occidentales dieron paso en 1926 a Hanshichi, el verdadero precursor
Es así como a finales del siglo XIX surge una generación de juntaletras que trata de “modernizar” la literatura Made in Japan inspirándose en modelos extranjeros gracias a las primeras traducciones de las obras occidentales, entre las que, of course, se contaban las precursoras de la ficción detectivesca (conocida en aquellos andurriales como tantei shosetsu) por verla como fiel reflejo del progreso al que aspiraban (no olvidemos que, por aquel entonces, en el género lo que se llevaba eran los superdetectives que todo lo sabían y/o deducían por métodos supuestamente científicos).
Entre los pioneros en la traducción de los clásicos del misterio destaca por méritos propios Kuroiwa Ruiko (1862 -1920), que aprovechándose de que por entonces no existían derechos internacionales de autor (y por tanto, tampoco la SGAE), fusiló sin contemplaciones multitud de novelas anglosajonas y francesas, que publicaba serializadas en su periódico Yorozu choho (algo así como Informe matinal para las masas), pero con tantas licencias (cambiaba nombres, localizaciones y hasta fragmentos completos) que sería más justo hablar de adaptaciones.
Estos textos, que no llegaron al lejano Oriente hasta la década de 1880 (uno de los primeros fue el antes citado pestiño de la Rue Morgue en 1887), poseían una estructura nunca vista en el país del Sol Muriente, ya que narraban la historia del crimen y la posterior investigación que trataba de esclarecerlo. A resultas de ello, los primeros criminales literarios japoneses que aterrizaron en librerías y kioscos (puesto que la mayor parte de la producción previa a la Segunda Guerra Mundial apareció en periódicos y revistas) eran plenamente conscientes de estar cultivando un género “importado” (para más inri, de una cultura que consideraban superior a la suya), por lo que imitaron a sus sensei gaijin (equivalente nipón al más castizo término guiri) incorporando algunas particularidades de su particularísima idiosincrasia.
Así y todo, cualquier estudioso del tema sacaría su katana a relucir si afirmamos tajantemente que hasta entonces no había literatura criminal en Japón.
El éxito de las biografías criminales
Durante el período Edo (1603-1868) nació una tradición de “narraciones judiciales”, como Los juicios a la sombra del cerezo, publicado en 1689 por Ihara Saikaku (título traducido por mí a partir del estupendo ensayo en inglés de Mark Silver sobre los orígenes de la novela negra japonesa). Estos relatos, sin embargo, se centraban en el proceso por el que su señoría averiguaba los hechos (normalmente, mediante confesión del culpable) que ya le habían sido revelados al lector más que en descubrir la identidad del culpable; se trataba principalmente de hacer apología del supuestamente infalible —y sobre todo corrupto— sistema legal Tokugawa, algo más que comprensible si tenemos en cuenta el autoritarismo del régimen.
Otro antecedente detectivesco que proliferó durante los albores de la era Meiji y el subsiguiente boom de la prensa sensacionalista fue el de las biografías criminales, particularmente de mujeres asesinas como Takahashi Oden, decapitada en 1879 por apuñalar y robar (presuntamente, claro) a un vendedor de kimonos usados. Estas biografías fueron muy innovadoras, ya que solían incluir documentos judiciales que habrían permanecido bajo el secreto del sumario durante la era Tokugawa, pero en ningún momento trataban de ocultar la identidad del criminal sobre el que versaban (en una suerte de “crónica de una condena anunciada”).
Pero no fue hasta 1916, cuando entra en escena Hanshichi, el primer investigador literario japonés. Este Sherlock Holmes de la era Edo, como lo define su creador Okamoto Kido (1872-1939) al final de su primera aparición, tiene más de retrato nostálgico del Japón de sus ancestros (su padre era un antiguo samurái reconvertido en trabajador de la embajada británica, donde Okamoto aprendería el idioma que le permitió leer los textos originales de Conan Doyle) que del megaconocido archienemigo del profesor Moriarti. A lo largo de los 68 relatos que constituyen esta popularísima serie, 20 de los cuáles han sido primorosamente recopilados en nuestro país por Quaterni en los volúmenes Hanshichi, un detective en el Japón de los samuráis (2012) y Las nuevas aventuras de Hanshichi (2014), donde descubriremos las más que curiosas costumbres, creencias y supersticiones del período Tokugawa.
Y es que, frente al vasto conocimiento científico del que hacía gala el detective consultor de Baker Street, Hanshichi se sirve del saber sobre Japón y sus gentes para intuir más que deducir la resolución de sus intrincados casos.
En resumen, se trata de una serie de cuentos que, pese a su clasicismo estructural, ya que siguen a pies juntillas el patrón del Whodunit, serán de sumo interés para cualquier lector —aficionado o no al género— que quiera viajar al país del Sol Naciente antes de su occidentalización, cuando Sherlock vestía kimono.
Desde que, a finales del s. XIX, la Restauración Meiji pusiera fin a casi tres siglos de feudalismo y cierre de fronteras bajo el yugo de la dinastía Tokugawa, Japón y su cultura han despertado siempre una gran fascinación en Occidente.
Los samuráis, las katana, las geisha, los ninja, la caligrafía, la pintura, la poesía… forman parte del imaginario colectivo del mismo modo que, nos guste o no, los toreros, las sevillanas y probablemente la Macarena.
Sin embargo, si dejamos a un lado al omnipresente Haruki Murakami, al singular Mishima y quizás a los premios Nobel Katsuhiro Kawabata y Kenzaburo Oé, la literatura japonesa sigue siendo una gran desconocida. Y, dentro de ella, la literatura criminal constituye un misterio aún mayor para los muchos aficionados occidentales a este género.
Las traducciones de los criminales literarios de Extremo Oriente llegan a nuestras estanterías con cuentagotas,
y en la mayoría de los casos, a pequeñas editoriales especializadas en literatura asiática en general, por lo que, por desgracia, sus obras no llegan a disfrutar de la atención mediática y el éxito comercial que merecen en algunos casos.
En el inicio de todo, cómo no, nos remontarnos a los orígenes, a los dos grandes padres del misterio japonés: Okamoto Kido y Edogawa Rampo. Después les llegará el turno a dos figuras cruciales: Seishi Yokomizo y Seicho Matsumoto, culpables de “japonizar” el género y consolidarlo tras la Segunda Guerra Mundial.
A continuación tenemos a otra imprescindible, Masako Togawa, primera escritora feminista del noir japonés…, pero no la última. Tras ella vinieron Natsuo Kirino y Myyuki Miyabe, dos de las voces más críticas con la situación de la mujer en el Japón actual.
Les seguirán los dos grandes renovadores del misterio más ortodoxo, Hiro Akagawa y Keigo Higashino; de lo más grotesco, Ryu Murakami, y el intimista Fuminori Nakamura.
Sí, lo sé. En este preciso instante, todos estos nombres son poco más que palabras impronunciables para ti.
Pero, mes a mes, libro a libro, podrás descubrir una forma tan diferente de afrontar la literatura criminal como lo es un torero de un samurái.
Así que, ¿te vienes al país del Sol Muriente con nosotros?
FUENTE: Sergio Vera (El Pais)
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